EL CULTO A LA VIOLENCIA

Por José J. Basulto

La resolución de conflictos a través de la violencia es tan vieja y tan animal como el hombre mismo, y forma parte de su instinto de conservación. La razón, facultad humana, es la que nos permite ejercer control sobre nuestras tendencias más básicas, haciendo posible la vida en sociedad con nuestros semejantes. Parece simple, pero según mi amigo Ricardo Bofill, hay que tener paciencia porque estamos "recién salidos de la selva".

Frecuentemente, actuamos de forma tan simplista como si en una disputa o en una diferencia de criterios, solo deba o pueda prevalecer una de las partes en el conflicto, o sea, el ganador del argumento. No dejamos espacio para una victoria compartida. Nuestros mismos deportes reflejan esta actitud, no recuerdo uno solo donde el énfasis de la competencia ceda el paso y enfatice la cooperación entre los bandos participantes. Nuestra sociedad no ha sido condicionada para eso, el éxito no ha sido definido en tales términos.

Preferimos definir la suerte del "perdedor" como la del eliminado del espacio de participación que antes ambos ocupaban. Esta práctica que sirve de válvula de escape a la energía de nuestros instintos básicos y que es muy visible en los deportes, una vez introducida en nuestra vida cotidiana, no conduce a una sociedad cada vez más abierta o participativa, al tener ésta, como parte del premio, la eliminación de uno o más de sus participantes.

Cuando el conflicto de intereses e ideas se plantea a nivel superior, entre naciones, los mecanismos de "solución" revierten a las mismas formas que en pequeña escala las sociedades aceptan y practican. Las dos guerras mundiales han sido ejemplos de este comportamiento.

Entre cubanos, traído a nuestra escala comunitaria, sin reclamar record alguno (no es materia para estar orgullosos), hemos favorecido a la violencia como instrumento para resolver nuestras diferencias y muy especialmente en materias políticas. Al extremo de argumentar con vehemencia que "la razón" nos dicta ese camino. Tendemos a sostener posiciones absolutas y propias que automáticamente excluyen a nuestro enemigo(?), opositor y aún peor, a nuestros propios hermanos.

Si hay algo que no va en aumento y al menos en proporción con nuestra violencia, es el espacio donde todos vamos, si Dios lo permite, a seguir viviendo. Esto hace necesario, para poder cohabitar, que busquemos instrumentos para la resolución de conflictos, que nos permitan hacerlo.

Hay que hacer una reevaluación de la filosofía que hasta ahora nos ha dicho que la exclusión de otros seres humanos es la manera mejor en busca de la armonía en nuestro entorno. Pero primero, antes de comprometernos a hacer ningún cambio en nuestros mecanismos de defensa y respuesta, tenemos que ver claro que la alternativa que planteamos, ausente de violencia, también conlleva a los resultados deseados, o sea, como quedamos parados una vez "terminado el conflicto".

La lucha cívica no violenta (noviolencia).

Para considerar o adoptar la noviolencia como un instrumento (estrategia de lucha), debemos incluir en nuestra reflexion ciertos temas, entre ellos, no exclusivamente y sin un orden de importancia tenemos:

  1. ¿Dónde está el enemigo? Estamos ya en posición de separar la maldad de aquel que la practica? En este punto hemos sido exitosos a nivel nacional, me decía con razón Harry Wu, el conocido opositor chino que visitó reciéntemente a Miami, de cuán avanzados estamos los cubanos que sabemos distinguir entre Cuba la nación y su actual gobierno, cuando podemos reverenciar a la una y atacar al otro. No sucede así entre los chinos, quienes decía Wu, acostumbrados a un sistema feudal y a pesar de su milenaria cultura, aún no han llegado a este concepto que es básico a la práctica noviolenta. Nuestra lucha es contra el mal, no contra quien es su víctima, incluyendo a quien le practica.
  2. ¡El cambio soy yo! Somos capaces de vislumbrar el cambio de una nación, a la vez que pasamos por alto el cambio necesario en el individuo, en las personas que la integran, como si lo uno fuera posible sin lo otro.
  3. El perdón. Un obstáculo para hacer posible este cambio radica en nuestra capacidad de ejercer el perdón. En su lugar, la venganza, convenientemente confundida con la justicia, y dejando a un lado la razón, a veces parece convertirse en el mayor premio del triunfo para nosotros. La venganza se ha convertido, para algunos, en la forma preferida de restitución a nuestras pérdidas y sufrimientos pasados. La retórica de odio y venganza es la gasolina de la violencia. Es necesario tomar distancia con ambas.
  4. El cambio en el adversario. Tenemos que respetar y promover la posibilidad, así como el derecho, al cambio honesto en nuestros adversarios, a la redención de sus errores, muy especialmente entre nosotros los cubanos, por tratarse de nuestros hermanos.
  5. La verdad y la justicia. Olvidar, no es bueno ni es necesario, daríamos paso a repetir lo ocurrido. Admitir nuestras faltas (de ambas partes) es parte del duro proceso de aprender, madurar y crecer, como nación así como individualmente. La verdad, así como la justicia, son valores necesarios que debemos promover. La mejor parte de la justicia humana es que fuerza al culpable a vivir con la verdad. Lo perdido no siempre se puede restituir, especialmente cuando se trata de vidas. Para eso está Dios.
  6. ¿De dónde viene la enseñanza? ¿Dónde se encuentra el valor verdadero y trascendente en el hombre, el que impacta y ha cambiado la historia de la humanidad? Las guerras, aún las más justas o necesarias (si es que cabe), le han dejado huellas más bien a quienes las sufrieron o recuerdan, pero el mensaje trascendente de noviolencia, del líder en el cual se basa nuestro calendario, esta todavía por ser comprendido. La noviolencia no implica renunciar a la firmeza o a la defensa activa de nuestros principios y derechos, el mensaje de Jesucristo no fue de "ojo por ojo…", sí predicó poner "la otra mejilla…" también supo cuando expulsar a los mercaderes del templo. Dos mil años después, el proceso del cambio continúa lentamente en nuestros corazones.
  7. La razón no basta. Sólo cuando somos capaces de exhibir compasión y capacidad para el perdón hacia quien nos agrede, es que el verdadero y duradero cambio de una sociedad comienza a tener lugar. Este cambio de actitud debe estar presente entre nosotros. La responsabilidad es nuestra. ¿Estamos preparados para aceptar la verdad (aunque nos duela) y servir, obrando consecuentemente, bajo ella? ¿O vamos a escapar, una vez más, por el camino más fácil de la violencia?
  8. Los promotores de la violencia. Es triste notar, entre nosotros, que los principales promotores de la violencia, como profetas del mal que son, por hoy sirven mejor a los intereses de Castro. En su mayoría nunca han sido protagonistas, tan solo comentaristas que nunca han estado bajo el satánico fuego de la violencia armada, ni parecen estar dispuestos a estarlo. Esta es sólo para consumo de los demás, de la audiencia. Es otra forma de "entertainment" para quienes tampoco lo van a hacer y buscan desahogo para sus pasiones. La violencia verbal además de sustentar y perpetrar la violencia física, imparte daños directos y morales a quienes desvalidos de capacidad de respuesta, la reciben y son también sus víctimas.
  9. Nuestro gusto por la violencia. Cuando la violencia se convierte en propósito, cuando la "necesidad" del uso de ésta es más bien su justificación, cuando deja de ser instrumento para convertirse en fin, cuando al practicarla nos unimos a las fuerzas del mal que siempre han acechado a la humanidad, intelectualmente regresamos a la selva de los animales. La violencia es también un vicio, es alimento de nuestras bajas pasiones.
  10. El síndrome de la Sierra Maestra, vive aún entre nosotros. Muchos de mi generación y la anterior, no han logrado distanciarse del momentáneo y embriagante triunfalismo de ser recibido por las multitudes como los salvadores de la patria. Eso fracasó y debió ser descartado por nosotros, pero el recuerdo del protagonismo y las expectativas que produjo, entre los ineptos e incapacitados, para el escalamiento político y social, no ha sido olvidado y es todavía, tristemente buscado por algunos, como vehículo para sus innobles ambiciones.